Nuestra sociedad, liberal y permisiva -en principio- acepta ya desde hace bastante tiempo el tatuaje como una práctica habitual entre las personas que formamos parte de esa sociedad, independientemente de nuestra edad, sexo, estudios, clase social, situación económica, etc
Paradójicamente, sólo permitimos a actores, cantantes, deportistas y personajes de fama efímera, que nos muestren sin pudor, si se da la ocasión, sus cuerpos tatuados.
Nuestra sociedad, liberal y permisiva -sólo en principio- deja de serlo, si quien lleva el brazo tatuado desde la muñeca hasta, vaya usted a saber donde, es nuestro ginecólogo, dentista, responsable del comedor escolar de nuestros hijos, abogado o cualquier profesional que de manera consciente o inconsciente asociamos a un establishment que se rige por sus propias normas, y no precisamente en consonancia con las que podrían ser normas de libertad y permisividad acordes con una sociedad tolerante.
Nos guste o no, como sociedad, en conjunto, y todos formamos parte de esa sociedad, todavía no somos ni tan tolerantes, ni tan liberales, ni tan permisivos... y aunque no podemos evitar proyectar una imagen, si podemos preveer las consecuencias de las decisiones que tomamos cuando decidimos proyectarla.
La acción o efecto de tatuar: grabar dibujos en la piel humana, introduciendo materias colorantes bajo la epidermis, a causa de las punzadas o picaduras previamente dispuestas, es marcar, dejar huella en alguien de forma imperdurable.
Dicen que los diamantes son para siempre. Los tatuajes, también, según la historia. Bajo nuestra piel, el pigmento que dará forma al dibujo, texto o figura escogida para que acompañe a nuestra existencia hasta el final de nuestros días, será, seguro, testigo de como nuestra sociedad avanza, o no, en pro de que cada vez seamos más permisivos, liberales y tolerantes.
Sirva pués este post para la reflexión de la comunicación de un tatuaje y al mismo tiempo de la propia imagen...y es que la imagen, no es supérflua ni bajo la piel.